viernes, 27 de diciembre de 2024

El hombre en busca de sentido


Este libro que recomiendo ampliamente, debe ser leído junto a su contexto. Su autor, Viktor Frankl, fue uno de los psicólogos más destacados del siglo XX. Con una peripecia de vida muy especial, porque sobrevivió al Holocausto. Estuvo en campos de concentración, perdió a su familia. Y en este libro revela cómo pudo soportar tanto nivel de crueldad, de desgracia, de muerte. Muestra también cómo muchísimos de sus ocasionales compañeros naufragaron ante el odio, la violencia, la humillación, las pestes, la muerte, el hambre, el frío. Y qué lo hizo sobrevivir a él. Demuestra así lo que es el poder de la mente y cómo eso determina todo, hasta la propia muerte. La mente nos puede determinar.

Realmente una experiencia increíble que demuestra lo qué es el hombre, lo que es capaz de hacer el ser humano.

Y salió del campo de concentración y se transformó en un profesional de referencia mundial.

Profesor, psicólogo, médico, filósofo.

Esta obra se transformó en un éxito mundial y fue traducida a cerca de 30 idiomas.

“El sufrimiento en cierto modo, deja de ser sufrimiento cuando encuentra un sentido”, enseña.

Imaginemos por un momento esas condiciones infrahumanas -leyendo el libro, con sus descripciones, es fácil visualizar esas terribles imágenes-, en ellas resalta el cumplimiento del deber diario como acción que se antepone a las circunstancias. Es en el propósito, en dónde encontramos la motivación vital. Y ese propósito trascendental, debe ser un aporte para los demás.

El autor va narrando las diferentes facetas de la vida en el campo de concentración, y lo que significan las distintas facetas del ser humano que allí, toman otra consideración. Entonces describe lo que era el hambre, la humillación, el dolor, el manejo de la sexualidad, la política, la religión, la ausencia de sentimientos, el humor, la suerte, los sueños que van construyendo los prisioneros, y su contrario, la pérdida de las esperanzas, cuando ya no hay más futuro que una muerte próxima.

Cuenta que tenía el libro casi escrito al entrar al campo. Lo guardaba en un bolsillo, con la esperanza de salir del campo y poder publicarlo. En un momento le arrebatan los escritos y los pierde a mano de los nazis. Podría decirse que le habían robado su propósito. En cambio, transformó la pérdida en fortaleza. Comenzó a tratar de recordar lo que había escrito, empezó a memorizarlo. Al memorizar sus líneas, encontró -o se reencontró- con ese propósito.

Eso le permitió ejercitar y mantener activa su mente, recordando o memorizando cada una de las frases que había escrito en ese libro, lo cual luego, por supuesto, materializó y llegó a nuestras manos y a las manos de millones de personas en el mundo.

La libertad humana

En un pasaje recuerda que algunos hombres iban a consolar a otros que estaban en condiciones más vulnerables y les ofrecían la única ración de pan que les quedaba. Lo que para el autor es una prueba “irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la libertad humana -la libre elección de la acción personal ante las circunstancias- para elegir el propio camino”.

Esto es fabuloso, maravilloso. Ni el más cruel adversario, podrá nunca contra la libre elección de las personas. Y esto tiene una potente conexión con el siguiente pasaje que quiero compartir, que demuestra, en todo caso que ese límite se encuentra en la propia consciencia humana.

Cuenta el autor una situación que se da en el campo, poco antes que la guerra finalizara: “una vez fui testigo de una dramática demostración del estrecho vínculo entre la pérdida de fe en el futuro y este peligroso abandono. F., jefe de mi barracón, famoso, compositor y libretista, me confió un día:

-       Me gustaría contarle algo, doctor. He tenido un sueño extraño. Una voz me dijo que podía pedir un único deseo, que bastaba con decir lo que quería saber y enseguida sería satisfecho. ¿Sabe qué pregunté? Quería saber cuándo terminaría la guerra para mí. Ya sabe lo que quiero decir, doctor, ¡para mí! Saber cuándo seríamos liberados y cuándo terminarían nuestros sufrimientos.

-       ¿Cuándo tuvo usted ese sueño?- pregunté.

-       En febrero- contestó. Nos hallábamos a principios de marzo de 1945.

-       ¿Y qué respondió la voz?

Casi furtivamente, me susurró:

-       El 30 de marzo.

Cuando mi amigo F. me contó ese sueño, se hallaba aún rebosante de esperanza y convencido de la veracidad de ese oráculo. Pero al acercarse el día prometido las noticias sobre la guerra que llegaban a nuestro campo menguaban las esperanzas de ser liberados en esa fecha. El 29 de marzo, de improviso, F. cayó enfermo con una fiebre muy alta. El 30 de marzo, el día en que la voz le anunció el final de la guerra y de su sufrimiento, cayó en estado de delirio y perdió la conciencia. El 31 de marzo falleció. Según todas las apariencias, murió de tifus.

Quienes conocen la estrecha relación entre el estado de ánimo de una persona -su valor y su esperanza, o la falta de ambos- y la capacidad de su sistema inmunológico comprenderán que la pérdida repentina de esperanza puede desencadenar un desenlace mortal. La causa principal de la muerte de mi amigo fue la profunda decepción que le produjo no ser liberado el día previsto. En consecuencia, la resistencia de su organismo y su defensa se debilitaron, dejándolo a merced de la infección tifoidea latente. Su esperanza y la voluntad de vivir se paralizaron, y su cuerpo sucumbió a la enfermedad. Después de todo, la voz de su sueño se hizo realidad”.

Es un buen momento para cerrar esta reseña y leer -o releer- este maravilloso libro.

El hombre en busca de sentido, Víctor Frankl. Herder Editorial, S. L., Barcelona. 2022. 162 páginas.